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Todo lo que debes saber del Hematoma Subcutáneo

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El hematoma subcutáneo es una lesión comúnmente diagnosticada en situaciones clínicas que implica la acumulación de sangre en el espacio subcutáneo, generalmente debido a un traumatismo o presión física. Se reconoce clínicamente por la coloración de la piel, que varía del rojo intenso al púrpura, y posteriormente a tonos de verde, amarillo y marrón, conforme la sangre se reabsorbe por los mecanismos fisiológicos del cuerpo. Aunque generalmente se considera una condición benigna, la presencia de hematomas subcutáneos puede ser indicativo de un trastorno de coagulación o de un traumatismo más grave que requiere atención clínica. Este artículo profundiza en los aspectos médicos de los hematomas subcutáneos, incluyendo su fisiopatología, diagnóstico, manejo y prevención.

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Fisiopatología del hematoma subcutáneo

El hematoma subcutáneo se forma cuando los vasos sanguíneos pequeños, principalmente los capilares y algunas venas superficiales, se rompen debido a un golpe o presión excesiva. Esta ruptura permite que la sangre fluya fuera de los vasos y se acumule en los tejidos subcutáneos, creando una respuesta inflamatoria local. Los componentes sanguíneos, como los glóbulos rojos, se descomponen lentamente dentro del tejido, liberando hemoglobina. Este proceso lleva a una serie de cambios químicos dentro de los tejidos lesionados, que incluyen la conversión de hemoglobina en biliverdina (un pigmento verde) y bilirrubina (amarillo), los cuales son responsables de la coloración característica del hematoma.

El proceso de reabsorción de la sangre es mediado por el sistema inmunológico. Los macrófagos y otras células fagocíticas son responsables de descomponer los componentes sanguíneos, facilitando la eliminación de los residuos a través del sistema linfático y otros mecanismos de detoxificación. A medida que el hematoma se resuelve, la piel recobra su apariencia normal, y el área lesionada se repara mediante la proliferación de fibroblastos que generan colágeno para regenerar la integridad de los tejidos afectados.

Ciclo de descomposición de los glóbulos rojos

  1. Fase temprana (0-24 horas): Durante las primeras horas después de la lesión, los glóbulos rojos intactos liberan hemoglobina, lo que da lugar a la coloración roja del hematoma.
  2. Fase intermedia (1-5 días): La hemoglobina se descompone en biliverdina, un compuesto verde que indica que el cuerpo está comenzando a procesar los productos sanguíneos extravasados.
  3. Fase final (7-10 días): La biliverdina se convierte en bilirrubina, que da lugar a los tonos amarillos o marrones típicos de los hematomas más avanzados en su proceso de curación.

 

Clasificación del hematoma subcutáneo

Los hematomas subcutáneos pueden clasificarse según su localización, tamaño y gravedad. La clasificación es útil para determinar la necesidad de tratamiento y la posible intervención médica. La clasificación incluye:

  • Hematoma superficial: Se limita a las capas más superficiales de la piel y generalmente no requiere tratamiento médico especializado. Se resuelve de forma espontánea en unos pocos días a semanas.
  • Hematoma profundo: Afecta las capas más profundas de la piel, y en algunos casos, puede implicar una mayor pérdida de sangre y daño en los tejidos. Requiere un seguimiento más cercano y, a veces, un tratamiento médico.
  • Hematoma traumático: Provocado por un impacto directo o una caída, que es la causa más común. La severidad del hematoma puede depender de la fuerza y el tipo de lesión sufrida.
  • Hematoma espontáneo: Ocurre sin una causa traumática evidente, lo que puede ser indicativo de trastornos de coagulación o fragilidad capilar. Los hematomas espontáneos deben ser evaluados clínicamente, ya que pueden reflejar un problema subyacente más grave.

Causas del hematoma subcutáneo

La ruptura de los vasos sanguíneos puede ser provocada por una variedad de causas, que van desde traumatismos físicos hasta condiciones médicas preexistentes. Las principales causas incluyen:

  • Traumatismos directos: Golpes, caídas o presión externa son las causas más frecuentes de hematomas subcutáneos. Estas situaciones pueden ocurrir en la vida diaria, el trabajo o la práctica de deportes.
  • Intervenciones médicas: Procedimientos como venopunciones, extracciones de sangre, inyecciones o el uso de catéteres pueden provocar hematomas si no se realiza una técnica adecuada o si se ejerce demasiada presión sobre el vaso sanguíneo.
  • Trastornos de coagulación: Las personas con condiciones como hemofilia o trombocitopatías tienen mayor tendencia a desarrollar hematomas, ya que su sangre tiene dificultades para coagularse adecuadamente. Los anticoagulantes orales, como la warfarina o los inhibidores de la vitamina K, también aumentan el riesgo de hematomas espontáneos.
  • Enfermedades vasculares y envejecimiento: Con la edad, los vasos sanguíneos pueden volverse más frágiles y susceptibles al daño. Además, enfermedades como la arteriosclerosis o el síndrome de Ehlers-Danlos pueden debilitar las paredes de los vasos, lo que facilita la formación de hematomas.
  • Uso de medicamentos: El uso de ciertos fármacos, como los corticosteroides, que debilitan los vasos sanguíneos y la piel, también puede aumentar la susceptibilidad a los hematomas.

 

Síntomas y diagnóstico del hematoma subcutáneo

Síntomas

Los síntomas comunes del hematoma subcutáneo incluyen:

  • Coloración cambiante de la piel: Inicialmente roja o púrpura, el hematoma cambia gradualmente a tonos azules, verdes, amarillos y marrones.
  • Dolor y sensibilidad: El área afectada suele ser dolorosa al tacto debido a la presión sobre los nervios subyacentes.
  • Hinchazón: La zona afectada puede mostrar inflamación, especialmente en casos de hematomas grandes o profundos.

Diagnóstico

El diagnóstico de un hematoma subcutáneo se basa en la observación clínica de los signos y síntomas. Sin embargo, en casos de hematomas grandes o recurrentes, es posible que se requieran pruebas adicionales:

  1. Ecografía Doppler: Ayuda a evaluar la extensión del hematoma y detectar complicaciones adicionales, como la formación de coágulos.
  2. Análisis de sangre: Los análisis de sangre pueden ser necesarios para evaluar la función de coagulación, especialmente si los hematomas son recurrentes o no tienen una causa evidente.
  3. Exploración física: La palpación del área afectada ayuda a evaluar la consistencia del hematoma y a distinguir entre un hematoma subcutáneo superficial y uno profundo.

Tratamiento del hematoma subcutáneo

El tratamiento para los hematomas subcutáneos suele ser conservador, aunque en algunos casos, especialmente los hematomas grandes o profundos, pueden requerir intervención médica. El tratamiento incluye:

  1. Reposo y elevación: Evitar el uso excesivo del área afectada ayuda a reducir la inflamación. Si el hematoma está en una pierna o brazo, elevar el área ayuda a disminuir la hinchazón.
  2. Aplicación de hielo: La aplicación de hielo en las primeras 24 a 48 horas puede ayudar a reducir la inflamación y aliviar el dolor. Se recomienda aplicar una bolsa de hielo envuelta en un paño durante 20 minutos cada 2 horas.
  3. Medicamentos para el dolor: Los analgésicos como el paracetamol.
  4. Compresión: En algunos casos, los vendajes de compresión ayudan a controlar la inflamación y mejorar la circulación en el área afectada.
  5. Drenaje quirúrgico: En casos excepcionales, si el hematoma es extremadamente grande o no se resuelve con las medidas conservadoras, puede ser necesario drenar el hematoma para aliviar la presión y prevenir complicaciones adicionales.

 

Complicaciones del hematoma subcutáneo

Aunque los hematomas subcutáneos generalmente son benignos, pueden dar lugar a varias complicaciones si no se tratan adecuadamente:

  1. Infección: Si hay una herida abierta o si el hematoma se asocia con un procedimiento quirúrgico, puede haber riesgo de infección.
  2. Trombosis o embolia: En casos raros, un hematoma profundo puede llevar a la formación de coágulos sanguíneos, que pueden desplazarse y obstruir los vasos sanguíneos más importantes.
  3. Daño nervioso o muscular: En hematomas grandes o profundos, la acumulación de sangre puede presionar contra los nervios o músculos, lo que puede causar dolor crónico o disfunción.

 

Prevención del hematoma subcutáneo

Si bien no siempre es posible prevenir un hematoma, existen algunas estrategias que pueden reducir el riesgo de desarrollarlos:

  • Uso de equipo de protección: En actividades deportivas o laborales de alto riesgo, se debe usar equipo de protección como rodilleras, coderas y cascos.
  • Control de anticoagulantes: Las personas que toman medicamentos anticoagulantes deben ser monitoreadas regularmente para asegurarse de que no desarrollen hematomas espontáneos.
  • Técnica adecuada en procedimientos médicos: Los profesionales de la salud deben seguir procedimientos estrictos para evitar la lesión de los vasos sanguíneos durante las intervenciones clínicas.

Cómo se convierte un hematoma subcutáneo en una herida

La conversión de un hematoma subcutáneo en una herida puede ocurrir de varias formas:

  • Ruptura de la piel debido a la presión interna: Cuando un hematoma es grande y la sangre se acumula de manera significativa debajo de la piel, la presión interna puede hacer que la piel se estire y eventualmente se rompa. Esto puede generar una herida abierta en el sitio donde se encontraba el hematoma.
  • Infección e inflamación: Si un hematoma se infecta, la acumulación de pus y la inflamación en los tejidos afectados pueden debilitar la piel circundante, lo que hace que sea más probable que se rompa. Esta ruptura puede ser parcial o total, dependiendo de la gravedad de la infección.
  • Necrosis de la piel: Si la circulación sanguínea en el área del hematoma se ve comprometida debido a una presión prolongada, la piel puede volverse más frágil y susceptible a la necrosis. El daño celular puede ser tan extenso que la piel se desintegra, generando una herida abierta.

 

  

Prevención de la conversión del hematoma subcutáneo en una herida

Para evitar que un hematoma subcutáneo se convierta en una herida, es importante adoptar medidas preventivas que incluyan un tratamiento adecuado y un seguimiento médico:

  1. Manejo temprano y adecuado:
    • Aplicar hielo en las primeras 24 a 48 horas para reducir la inflamación.
    • Elevar la zona afectada para ayudar a drenar el exceso de sangre acumulada.
    • Utilizar vendajes de compresión si es necesario para limitar la expansión del hematoma y reducir la hinchazón.
  2. Evitar la presión constante sobre el área afectada:
    Especialmente en áreas vulnerables, como las extremidades, es importante evitar la presión excesiva sobre el hematoma. Si el paciente tiene movilidad reducida, es recomendable reposar la zona afectada y evitar el uso excesivo del área lesionada.
  3. Tratamiento de la piel circundante:
    Si la piel sobre el hematoma muestra signos de deterioro o necrosis, debe ser tratada con productos de cuidado de heridas para promover la regeneración y evitar la aparición de úlceras. En algunos casos, es posible que se necesiten apósitos especiales para proteger la zona y prevenir infecciones.
  4. Monitoreo y control de trastornos de coagulación:
    En pacientes con trastornos de coagulación, como hemofilia o aquellos que están en tratamiento con anticoagulantes, se debe tener un seguimiento regular para asegurar que no se formen hematomas espontáneos y que los existentes se traten adecuadamente.
  5. Vigilancia para detectar signos de infección:
    Se debe prestar atención a los cambios en la coloración del hematoma o al aumento del dolor, ya que estos pueden ser signos de infección. Si se presenta fiebre, enrojecimiento o secreción en la zona afectada, es fundamental acudir a atención médica para iniciar el tratamiento adecuado y prevenir la evolución hacia una herida.

Tratamiento cuando un hematoma se convierte en una herida

Si un hematoma subcutáneo evoluciona hacia una herida, el tratamiento se enfoca en promover la cicatrización y prevenir complicaciones. Algunos pasos clave en el tratamiento incluyen:

  1. Limpieza de la herida:
    La herida debe ser limpiada cuidadosamente para eliminar cualquier residuo de sangre o tejido necrosado. Esto ayuda a prevenir infecciones y facilita la regeneración del tejido.
  2. Uso de apósitos adecuados:
    El uso de apósitos que mantengan un ambiente húmedo y estéril es esencial para fomentar la curación de la herida. Los apósitos deben ser cambiados regularmente para evitar infecciones y permitir la reepitelización.
  3. Control de la infección:
    Si la herida presenta signos de infección, se deberá de acudir a su médico de atención primaria para valoración de tratamiento antibiótico, dependiendo de la gravedad. En algunos casos, puede ser necesario realizar un drenaje si hay abscesos.
  4. Terapia de presión negativa:
    En heridas más graves, la terapia de presión negativa puede ser utilizada para promover la curación y reducir la acumulación de líquido en la zona afectada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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